“Las emociones, esos simpáticos inquilinos que viven en nuestra cabeza, tienen un talento especial para aparecer en el peor momento. Son como invitados inesperados en una fiesta sorpresa… que tú no planeaste. Y ahí están: la ira, que llega a las reuniones de trabajo como si fuera una rockstar de los 90; la tristeza, que se acomoda en tu sofá con pantuflas y mantita, lista para un maratón de dramas; y la alegría, que, con suerte, aparece como ese amigo al que llamas cuando todo lo demás falla.
Ahora, desde el punto de vista científico, nuestras emociones son como sensores en un sistema de alerta, ayudándonos a navegar el mundo y, de paso, garantizando nuestra supervivencia. La ira, por ejemplo, activa nuestro sistema de lucha, y la tristeza nos ayuda a procesar pérdidas o, digamos, episodios vergonzosos en redes sociales. Pero el detalle está en que nuestras emociones no siempre responden a la realidad objetiva, sino a la percepción, esa versión personalizada de los hechos que fabricamos en nuestro cerebro. Esto significa que, aunque nos pongamos trágicos, nuestro cerebro está intentando hacer su mejor interpretación con los datos disponibles… y a veces se equivoca.
Así que, al final de la semana, quizás valga la pena recordar que nuestro cerebro hace lo que puede, entre la ciencia y la improvisación emocional. ¡Celebremos sus intentos, aunque a veces nos mande a un drama shakesperiano porque nos quedamos sin café! La próxima vez que te sientas atrapado en una emoción, mírala con humor, como ese amigo que siempre llega un poco pasado de copas: no será perfecto, pero seguro te hará reír. ¡Feliz fin de semana!”